sábado, 4 de diciembre de 2010

Abejas asesinas






 Abejas asesinas muertas sobre el casco en Brasil

Una navegación placentera: en cuatro horas habríamos llegado. El velero navegaba viento en popa, con el génova atangonado por estribor y la mayor bien embolsada por babor. El viento de fuerza cuatro, unos veinticinco kilómetros por hora, impulsaba el velero a una velocidad de seis nudos. La mar tenía la piel arrugada: había borreguillos del alisio por todo, pero con el viento por popa, parecía que estos hubieran desaparecido.
  Navegábamos paralelos a la costa a unas diez millas de distancia. Los cocoteros se divisaban a lo lejos formando una tenue línea bajo un cielo azul con nubes como bigotes blancos… La costa en el nordeste de Brasil no tiene ningún relieve apreciable, y sin embargo hay que navegar bien lejos de la costa porque cerca hay muy poco fondo. Nos parecía que la tierra pareciera querer llegar cada vez más lejos.
De vez en cuando esa línea se interrumpía con un claro: eran enormes dunas de arena blanquísima. Los del velero las aprovechábamos, en las escalas, para "esquiar" sobre planchas de madera enceradas.

                -- Mira, una abeja,-- exclamé.
                -- Estaría entre las flores, adentro-- respondió Mayi mi mujer.
                -- Pues en buen sitio se le ocurre salir, porque para ir a tierra tiene que volar un buen rato.

 Pero la abeja que acabábamos de ver no salía del velero sino que llegaba acompañada de toda su colmena.



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